Conductor de Hidrometeoros by Eduardo Toral Calvo

autor:Eduardo Toral Calvo [Calvo, Eduardo Toral]
La lengua: spa
Format: epub
editor: El Angel
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00

Por el amor al odio.

cuando se acerca el final de tu eternidad

y ya no te quedan verdades

y el mapa de tus nubes pierde las coordenadas

y se acuestan las confusiones en un vidrio hirviendo

y se despierta ese agotador mutismo helado

donde historia y vida se confunden,

he fijado mi residencia para vivir otra vez más.

______ Rosa de los vientos

Sufría una grave artritis reumatoide en los tobillos del corazón que la había inmovilizado su sentido de la amistad y del amor más allá de lo soportable. por ese motivo tan extravagante y tan poco corriente, en la defunción de su mamá no pudo ni llorar ni recrear humanamente la feroz punzada animal que rasga el último vestigio del cordón umbilical que nos une con el universo próximo. eran los últimos días de un alarmante agosto lluvioso y la gustaba decir, siempre por esas fechas, que así de improviso la alcanzaba una bochornosa climatología adolescente. un tiempo de cambios impredecibles. cabrón de calor , jodilón de lluvia y estúpidamente bochornoso . un asqueroso coñazo de tiempo. un período circunstancial tan indeseable como el del puto transito urgente que borró esa madre que la parió sin deseo y sin dolor. porque sin duda, de su desparramosa arribada al mundo solo se podría apuntar como notable que a su progenitora no le hizo ninguna gracia cagarla con flojedad de envilecida soltera en ese chiscón sucio de la trasera del hospital que la seguridad social le ofreció como recompensa a los quince años de intermitente cotización desde la empresa de recauchutados del barrio viejo. aunque de chiquilla la quitó a besos las pecas, siempre estuvo presente en su subconsciente ese húmedo paritorio con aromas de goma raspada donde vio la luz por primera vez y le comprometió la mente para asociar las bombillas ecológicas de filamento débil y los frenazos y el tacto pringoso de la brea, a ese pringoso momento de final de túnel cárnico. el propósito de su tristeza en esos asuntos de interpretación del desánimo corriente (y también en otros menos fáciles de relacionar con las sensaciones de abatimiento cotidianas) se canalizaba en una interpretación de esta como aquella que los esquimales hacen de los diferentes tipos de blanco en la nieve. tristeza dolosa, tristeza picante, tristeza fosforescente, tristeza aguda, tristeza bastarda y tristeza burbujeante. ni un tipo mas pero ni unos menos. el forense que era un incompetente flaco gilipollas engominado con la carrera recién estrenada le dijo: -hay enfermedades cuyo primer síntoma es la muerte-. lo -babobalbuceó- cortésmente con la intención de dispensarla un consuelo pero el efecto de esa -desacertada-considerada-deferencia- le aumentó la dosis de asco que sentía por la sombría profesión mortuoria hasta la náusea. en su dichoso estupor acertó a soltar a ese individuo un buen sopapo -que casi venía a cuento- mientras el lánguido funcionario de turno pagado por el mezquino seguro de decesos amortajaba a manotazos sin contemplaciones a la rígida interfecta. le surgió a renglón seguido una especie de -transito vomitivo a borbotón espumajoso- que como si

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